Marcaban las cuatro de la mañana, no podía dormir. Daba vueltas una y otra vez, cansada de estar despierta. Apartó las sabanas y las mantas, sus pies tocaron el suelo frío y a oscuras fue divisando poco a poco la mesita, alguna zapatilla en el suelo y por último el mango de la puerta.
Camino por el oscuro pasillo, hasta llegar al servicio. Encendió la luz, por un momento se quedó paralizada ante tanta luz. Cerró la puerta con cuidado de no despertar a nadie y se miró al espejo.
Blanca, cansada, el pelo rizado enredado, se lavo la cara y volvió a mirarse. Y pensó en lo mucho que había crecido, en que ya tenía veinte años y ya no era ninguna chiquilla de quince. En los vuelcos que le había dado la vida, y se sentía orgullosa. Sonrió al espejo y salió del baño a oscuras.
Volvió a tumbarse en la cama...
y fue abrazada por la persona que más quería, si, aquella persona por la que te replanteas un futuro en pareja, aquella por la que sufres a la mínima que discutes, aquella que esta allí y te dice como son las cosas, y aún así saca lo mejor de ello. Aquella que te ama con locura y te abraza cuando te tumbas.
Gracias por crecer conmigo y por enseñarme que es amar a una persona.
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